Las grandes cifras de la economía nos dicen
que estamos empezando a salir de la crisis. Pero el pozo en el que nos habíamos
hundido es muy profundo y abandonar el mismo nos costará grandes esfuerzos y
sacrificios.
Sobre la clase media está cayendo de manera desproporcionada el impacto de la nefasta situación económica atravesada y el sacrificio para salir de ella. Este esfuerzo ha tenido como consecuencia la destrucción de una parte de la misma y el surgimiento de una nueva clase social: el precariado.
En esta nueva clase social encontramos personas que trabajan en unas condiciones laborales de lo más vulnerables: contratos parciales, escasa duración y sueldos mínimos… Son personas expulsadas en su día del mundo laboral y que regresan al mismo en unas condiciones de tremenda dureza que nada tienen que ver con las que anteriormente disfrutaban.
El precariado está compuesto por personas que
han perdido su libertad de elección y oportunidad, ya que su situación personal
se ha deteriorado mucho y las responsabilidades familiares son determinantes e
ineludibles. Por ese motivo, cualquier trabajo es aceptable, aunque suponga una
renuncia a las condiciones que anteriormente tenían.
El ultimo y demoledor informe del Sindicato de
Técnicos del Ministerio de Hacienda cifra en 8.160.172 personas, el 47 % de los
trabajadores, el número de personas que cobran salarios por debajo de los mil
euros. En el informe alertan del elevadísimo número de personas que podrían
encontrarse en riesgo de pobreza. Según su estudio, estamos hablando de casi 6
millones de personas (un 34%), que perciben un salario por debajo del Salario
Mínimo Interprofesional.
En el 2007 los mileuristas representaban el
39,9 % de la población, en el 2015 había aumentado al 47 %. Las cifras son duras, pero no dejan de ser
cifras, que esconden unas realidades humanas y personales extremas, que poco a
poco deterioran las situaciones familiares y conducen de manera lenta, pero
inexorable, a un proceso de precarización y en última instancia a la pobreza y
la exclusión social.
Sí, parece que estamos saliendo del pozo, pero
no todos ni se está valorando a costa de cuánto esfuerzo y sacrificio, ni tampoco se están teniendo en cuenta los
costes sociales. La situación no parece que sea buena y lejos de mejorar,
empeora.
Los empleos parciales, de corta duración, con
escasa retribución, no permiten unas condiciones dignas de vida, crucifican la
pobreza y conducen al abismo de las familias. Estos bajos ingresos nos están
creando problemas ya olvidados; desnutrición y mala alimentación, en especial
en la infancia, pobreza energética, desigualdad en el acceso a la cultura,
acceso restringido a las nuevas tecnologías… las oportunidades de estas
personas se reducen significativamente por estas causas.
A todo lo que estamos viendo, hay que sumarle
el efecto negativo en la recaudación de impuestos, Seguridad Social, IVA y
demás tasas. Es tan alarmante la situación que algunas voces desde el gobierno
ya hablan de que el sistema del bienestar Social no podrá mantenerse con estos
sueldos; la recaudación es mucho más baja y el sistema no lo soporta, cada vez
hay más pensiones, más gastos en Sanidad, en educación, sociales…. Y los
ingresos se reducen, ya que el consumo se contrae por los bajos salarios y las
nóminas reducidas tributan menos.
Como vemos, la situación no es sostenible en
el futuro, tanto desde el punto de vista macro, como desde el microeconómico.
El brutal sacrificio que se está exigiendo tiene que terminar. Los trabajos
tienen que recuperar sus condiciones de dignidad perdidas; más seguridad y
menos precariedad, un sueldo digno, que permita una recuperación de la clase
media y, sobre todo, una seguridad familiar
El trabajador pobre, miembro de esta nueva
clase social, debe desaparecer. Las personas tenemos que tener un mínimo de
seguridad laboral, sanitaria, de educación, vivienda…. Sin estos mínimos nos
encontramos con un abismo social, que como estamos empezando a ver en todo el
mundo conduce al resurgimiento de discursos antes olvidados, xenófobos y
autoritarios, al miedo al otro, al desencuentro y en ocasiones brotes de
violencia contra el diferente. Si la situación no se reconduce, es explosiva.
Nosotros, los ciudadanos y ciudadanas debemos
exigir que esto cambie si queremos una sociedad más justa, una igualdad de
acceso, movilidad social y una democracia de calidad. Ya está bien de ahogar a
los más débiles. Reaccionemos y pidamos a nuestros gobernantes una mayor
responsabilidad, que se den cuenta de las consecuencias de la políticas que están
siendo demoledoras. Necesitamos una Unión Europea más social y menos económica
y sobre todo, por favor, mucho más sentido común.
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