jueves, 8 de junio de 2017

EL COSTE DE SALIR DE LA CRISIS.

Las grandes cifras de la economía nos dicen que estamos empezando a salir de la crisis. Pero el pozo en el que nos habíamos hundido es muy profundo y abandonar el mismo nos costará grandes esfuerzos y sacrificios.

 Sobre la clase media está cayendo de manera desproporcionada el impacto de la nefasta situación económica atravesada y el sacrificio para salir de ella. Este esfuerzo ha tenido como consecuencia la destrucción de una parte de la misma y el surgimiento de una nueva clase social: el precariado.

 En esta nueva clase social encontramos personas que trabajan en unas condiciones laborales de lo más vulnerables: contratos parciales, escasa duración y sueldos mínimos… Son personas expulsadas en su día del mundo laboral y que regresan al mismo en unas condiciones de tremenda dureza que nada tienen que ver con las que anteriormente disfrutaban.

El precariado está compuesto por personas que han perdido su libertad de elección y oportunidad, ya que su situación personal se ha deteriorado mucho y las responsabilidades familiares son determinantes e ineludibles. Por ese motivo, cualquier trabajo es aceptable, aunque suponga una renuncia a las condiciones que anteriormente tenían.

El ultimo y demoledor informe del Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda cifra en 8.160.172 personas, el 47 % de los trabajadores, el número de personas que cobran salarios por debajo de los mil euros. En el informe alertan del elevadísimo número de personas que podrían encontrarse en riesgo de pobreza. Según su estudio, estamos hablando de casi 6 millones de personas (un 34%), que perciben un salario por debajo del Salario Mínimo Interprofesional.

En el 2007 los mileuristas representaban el 39,9 % de la población, en el 2015 había aumentado al 47 %.  Las cifras son duras, pero no dejan de ser cifras, que esconden unas realidades humanas y personales extremas, que poco a poco deterioran las situaciones familiares y conducen de manera lenta, pero inexorable, a un proceso de precarización y en última instancia a la pobreza y la exclusión social.

Sí, parece que estamos saliendo del pozo, pero no todos ni se está valorando a costa de cuánto esfuerzo y sacrificio, ni  tampoco se están teniendo en cuenta los costes sociales. La situación no parece que sea buena y lejos de mejorar, empeora.
Los empleos parciales, de corta duración, con escasa retribución, no permiten unas condiciones dignas de vida, crucifican la pobreza y conducen al abismo de las familias. Estos bajos ingresos nos están creando problemas ya olvidados; desnutrición y mala alimentación, en especial en la infancia, pobreza energética, desigualdad en el acceso a la cultura, acceso restringido a las nuevas tecnologías… las oportunidades de estas personas se reducen significativamente por estas causas.

A todo lo que estamos viendo, hay que sumarle el efecto negativo en la recaudación de impuestos, Seguridad Social, IVA y demás tasas. Es tan alarmante la situación que algunas voces desde el gobierno ya hablan de que el sistema del bienestar Social no podrá mantenerse con estos sueldos; la recaudación es mucho más baja y el sistema no lo soporta, cada vez hay más pensiones, más gastos en Sanidad, en educación, sociales…. Y los ingresos se reducen, ya que el consumo se contrae por los bajos salarios y las nóminas reducidas tributan  menos.

Como vemos, la situación no es sostenible en el futuro, tanto desde el punto de vista macro, como desde el microeconómico. El brutal sacrificio que se está exigiendo tiene que terminar. Los trabajos tienen que recuperar sus condiciones de dignidad perdidas; más seguridad y menos precariedad, un sueldo digno, que permita una recuperación de la clase media y, sobre todo, una seguridad familiar
El trabajador pobre, miembro de esta nueva clase social, debe desaparecer. Las personas tenemos que tener un mínimo de seguridad laboral, sanitaria, de educación, vivienda…. Sin estos mínimos nos encontramos con un abismo social, que como estamos empezando a ver en todo el mundo conduce al resurgimiento de discursos antes olvidados, xenófobos y autoritarios, al miedo al otro, al desencuentro y en ocasiones brotes de violencia contra el diferente. Si la situación no se reconduce, es explosiva.

Nosotros, los ciudadanos y ciudadanas debemos exigir que esto cambie si queremos una sociedad más justa, una igualdad de acceso, movilidad social y una democracia de calidad. Ya está bien de ahogar a los más débiles. Reaccionemos y pidamos a nuestros gobernantes una mayor responsabilidad, que se den cuenta de las consecuencias de la políticas que están siendo demoledoras. Necesitamos una Unión Europea más social y menos económica y sobre todo, por favor, mucho más sentido común.

Recuperemos nuestros derechos y nuestras condiciones perdidas y todos ganaremos.

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